La Transparencia Ética:
Existen códigos de ética en las corporaciones pero se ven sobrepasados por los hechos que cada día descubre la Fiscalía General de la Nación.
Hoy en día, la palabra más leída es “parapolítica” y continuamente aparecen nuevas listas y nombres de “parapolíticos”, desde el concejal, el gobernador y miembros del Congreso y muchos más.
Existen códigos de ética en las corporaciones pero se ven sobrepasados por los hechos que cada día descubre la Fiscalía General de la Nación.

Sea para el presente o para el futuro es preciso volver a repensar la transparencia ética. Ante los juzgados, los testigos, las leyes que se aprovechan para encubrir o involucrar a otros. Todo lo anterior, exige que el carisma político consolide la virtud de la transparencia. Esta virtud tiene que ser destacada en forma muy especial porque la acción política en muchas personas tiene una imagen de confusión, intenciones ocultas, manipulación de la voluntad humana, juegos de poder ocultos pero eficaces. El valor de la palabra está ligado a la transparencia y coherencia. Tenemos en el mundo el fenómeno de la devaluación de la palabra. Hablamos de cosas hermosas, de ideales sonoros, pero todos entendemos que detrás de ello no hay realidades. Hay como una complicidad para entender que esas palabras no hay que tomarlas en serio.

Hay que recuperar el prestigio de la política, educando a nuestro pueblo colombiano, sobre todo sobre el testimonio personal más que por las palabras, en el hecho de que las palabras de un político son honestas y verdaderas. El pueblo merece esa honestidad, y lo merece nuestra propia decisión de entrar al servicio del pueblo por medio del compromiso político.

En los albores de la democracia se hicieron famosos algunos “sofistas” por la habilidad en mover a las masas con las bellezas de sus discursos. En ellos no se trataba de la verdad, sino de la eficacia. Hay mentiras muy eficaces y verdades que a veces parecen no ser fuerza movilizadora. La filosofía occidental nació por el enorme esfuerzo ético de Sócrates, de devolver a la palabra su seriedad, de definir las virtudes con rigor. El resultado fue, como lo hemos visto, el constituirse en elemento molesto para una democracia y ser considerado como “corruptor de la juventud” quien enseñaba a pensar y a ser consecuentes con los ideales que eran pensados y asumidos en compromiso. Platón primero y Aristóteles después, quieren dar a la argumentación ética y política toda la seriedad de una verdadera ciencia y toda la grandeza de ser una pedagogía para la felicidad humana considerada como un bien, individual y colectivo que en todas partes y siempre merecía ser procurado. Sócrates podía ser el ejemplo de esa coherencia. Como también lo es, en forma mucho más completa la persona de Jesucristo. No tiene miedo de decir con claridad que es Rey y que es Hijo de Dios a los dos tribunales que le van a condenar por eso, como subversivo al poder del Estado Romano y como un blasfemo en el campo religioso.

Hoy los dirigentes políticos son examinados con lupa por los adversarios para encontrar lacras o defectos morales. Ello es una prueba del valor que tiene la integridad humana para el liderazgo político, aunque los propios adversarios pueden tener “techo de cristal” y ser los primeros en poder ser acusados. Aunque se haga un uso político en el peor de los sentidos, como un chantaje, no deja de ser interesante que lo que está implícito aquí es la aspiración de que el buen gobernante sea también un buen hombre o una buena mujer. Se desea en lo posible que el liderazgo político sea también ético, o sencillamente humano.

Sabiendo que no somos perfectos, es más convincente de verdad reconocer los errores y las fallas cometidas que ocultarlos; el bien público no pierde con la sinceridad pero sí mucho con la mentira y la hipocresía. El político puede decir “el que esté sin pecado que tire la primera piedra” pero en la medida en que aparezca la verdad de sus errores y la verdad de su esfuerzo por aprender de ellos y superarse.