Mario Bunge, físico y filósofo (discutido, denostado e idolatrado por igual) nos dice que de las interacciones entre seres humanos, cuando se ponen en juego las habilidades y virtudes de cada uno en un proceso de intercambio creativo y cooperativo, aparecen los “emergentes”.
Dichos emergentes son esos resultados fantásticos que no le pertenecen a ninguno de los actores, y que ninguno de ellos podrá jamás lograr, si no es a través de la increíble sinergia que se produce en esta dinámica de “trabajo en equipo”
Traigo a colación este pensamiento pues la experiencia tangible, de campo, real acerca de la creación, conformación y desarrollo de un cluster, tiene mucho que ver con él.
Veamos. Antes del armado de un cluster, distintos actores hacen de sí y con sus empresas y organizaciones, lo mejor que pueden. Tienen experiencia, tienen conocimiento, tienen habilidades, tienen infraestructura y recursos.
Entonces ¿por qué buscar un cluster? O en otras palabras ¿por qué buscar asociarse, aliarse, organizarse de manera diferente?
Precisamente, el diseño y operación de un cluster es buscar, a la clara luz de los dichos de Bunge, LOS EMERGENTES. Esas características, bondades, eficiencias, economías, excelencias operativas que solo son posibles de obtener entre todos, y siempre que todos aporten, sumen, sean creativos y sobre todo, cooperativos.
Ese puede ser mencionado como el “espíritu” de un cluster: sinergia para lograr los emergentes, esos que nadie tiene ni tendrá individualmente, pero que están allí, al alcance de las manos. Nótese que hablamos de “las manos”, y eso significa pluralidad, equipo, conjunto, nuevamente sinergia.
Pensemos en esto, y pasemos directamente a la acción. Un viejo adagio popular (y no por ello menos sabio) nos dice que “la peor gestión es la que no se hace”. Hagámoslo pues